Retos a un clic de las rosas    


Desde hace dos años María E., me ha insistido con su invitación y siempre la he dejado esperando. ¿La razón? No sé bien de qué escribir. Esta vez, tomé la decisión hedonista de contar mi historia en el mundo tecnológico y de paso hacer un reconocimiento a las personas que me ayudaron en este camino. Así ha sido mi vida como una mujer TIC.

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Perla Toro Castaño

Medellín

perla.toro@gmail.com

A menudo me preguntan por los retos de las mujeres en el mundo tecnológico. A veces no sé qué responder, pero, cuando subo al cuarto piso del lugar para el cual trabajo, logro entender la pregunta: estamos en un mundo de hombres.

Recientemente, incluso, un grupo de españoles que adelanta un proyecto llamado Mujeres Alfa me hacía esa misma pregunta en una entrevista. A la inquietud de si afecta o no ser mujer en el mundo de las TIC, simplemente les respondí:

“Creo que el terreno profesional no se afecta por ser mujer, se afecta por ser humano”. Y me sostengo: somos tan complejos.

Pese a que no suelo estar mirando a los lados para clasificar los géneros entre los cuales trabajo, sí he de reconocer que la tecnología está mitificada como un asunto masculino, muy a pesar de las luchas y los lugares que muchas de nosotras hemos empezado a ocupar y que seguro, por nuestra tenacidad, seguiremos ocupando.

Llegué  a este mundo por azar y fue por un hombre. Por una extraña disciplina que siempre me ha caracterizado, Juan Pablo Tettay (hoy editor de revistas de El Colombiano) me propuso ingresar a Radio Altaír, en la Universidad de Antioquia, como docente auxiliar de cátedra.

En un principio sentí miedo. ¿Por qué? Porque la primera barrera para que las mujeres nos metamos con la tecnología la ponen nuestros cerebros. Y no es de gratis ese sentimiento. Hace parte de una historia que, a nuestra generación, nos tocó enfrentar cuando éramos muy chicas.

¿Quién instalaba el equipo de sonido? ¿Quién movía la antena del televisor cuando la novela estaba lluviosa? ¿Quién se entendía con los cables? El papá, el tío y para aquellas que tuvieron la fortuna de tenerlos: los hermanos.

Con suerte, fui la primera persona en mi casa en aprender a manejar un computador. 9 años de edad y un Intel Pentium I.

Finalmente, le acepté a Tettay la participación en Altaír, lugar en el cual, como una forma de recompensa con ese miedo, tuve como maestra de cables y micrófonos a una mujer: Maritza Sánchez, @ColoresMari en Twitter. Además, de la quijotesca figura de Fernando Zapata, el teórico, el hombre de las ideas, la academia y las letras con quien los aguardientitos no han logrado derrumbar tanta admiración.

De Maritza (“La Flaca”) aprendí el oficio de producir radio digital. Con ella me enamoré del mundo de la tecnología. Y entre cables y programas de computador decidí que la combinación entre periodismo y TIC sería la receta para mi vida.

El matrimonio ya estaba casado y fue así como en el año 2006 empecé a hacer parte del equipo de practicantes de ElTiempo.com, en Bogotá. La idea de encontrarme frente a tres hombres practicantes ya no me sorprendió tanto. Allá estábamos: Perla, sus miedos ya más chiquitos y tres compañeros maravillosos.

Por cuenta de ese no sé qué que tiene Medellín, regresé a mi ciudad en el mismo año y me enlisté en un proyecto que apenas estaba surgiendo en el seno de la Alcaldía: Medellín Digital. Lo hice al lado de quien considero mi socia en toda esta aventura: Sarita Palacio, amiga y compañera de sueños. Ambas, acolitadas por Mauricio Morales, “El negro”; hoy ilustre rector de la Institución Universitaria Pascual Bravo.

En Medellín Digital a la receta se le sumó un tercer componente: la construcción de tejido social con tecnología. Durante tres años ayudé a juntar los pedazos de una porción de la ciudad que apenas estaba conociendo sus primeros computadores. Tuve un jefe hombre durante esos 36 meses. Ha sido tal vez la única ocasión donde reiteradamente me recordaron que era mujer.

Buscando esa misma construcción llegué a Telemedellín, en compañía de Yan Camilo Vergara. Me mofo de haber tenido algunos de los mejores maestros en el mundo de las TIC. Allí recibí las herencias de Andrés Raigosa, @Raigohead.

En el canal las cosas sí que fueron masculinas. Técnicos, sonidistas y editores. Todos terminaban en O. Todos eran hombres.

Como una princesa entrelazada por los cables, aprendí a montar streamings con Jorge Valencia, a cargar un odioso puesto fijo, a mostrarle a la gente que eso de ver televisión pública en Internet no era una cosa imposible. Hoy día, para nuestra fortuna, esa idea hay que reforzarla con menos insistencia.

12  meses después llegué a El Colombiano. Ya el miedo a la tecnología no existía. En cambio, sí tuve temor de entrar a una casa periodística conversadora que para aquel entonces era fielmente uribista.

Pero el mito siempre es más grande. Y El Colombiano no resultó eso que esperaba y que mis amigos tanto señalaron y criticaron. Además, el hacer parte de un mundo que en 2010 todavía muchos no entendían, siempre me dio una barrera de protección.

Ser periodista digital fue un escudo, la cancha ideal para poner goles y puntos, a veces, incluso, ideológicos.

El Colombiano es la empresa donde más he podido construir entorno digital. Amigos, compañeros, colegas y hasta enemigos, porque eso de andar alfabetizando siempre ha de dejar uno que otro corazón malencarado.

Gracias a El Colombiano construí un entorno de mujeres hermosas que creen en la tecnología y con las cuales he podido compartir esas historias en las cuales se reúnen sentimientos conjuntos y comunes de batallas que atraviesan el miedo, las discusiones con ingenieros (punto que podría dar para otra historia), la falta de credibilidad y esta lucha, aún constante, que es el periodismo digital.

Nada en este camino hubiera sido posible sin la compañía de Catalina Montoya, jefe y amiga con quien he creído y descreído.

Ahora, estoy a pocos días de emprender un reto, en el Parque Explora como coordinadora digital y no sé qué se venga. También voy a trabajar con mujeres, lo cual me llena de alegría.

En conclusión, nada ha sido tan malo y aunque sí he tenido que batallar luchas con hombres que juzgan más por el género que por la capacidad, ser mujer es la cosa más bella que me ha pasado en la vida. Y, ser mujer en el mundo de las TIC, se clasifica entre los nueve dedos que me quedan para contar recompensas.

Ha sido, una guerra de clics y de rosas de la cual no quiero salir divorciada. Entonces: ¡Qué siga este matrimonio!

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