Por estos días, en que los discursos cada vez suben más de tono y las posturas morales se acercan peligrosamente a los extremos de lo absurdo; por estos días en que las voces se tiñen de orgullo, de rechazo, de indignación con más facilidad que nunca, animados por el polvorín propio de las redes sociales; he recibido una serie de cuestionamientos (casi reclamos) sobre mi postura frente a los discursos feministas de hoy en día.
Conversaciones que se dan entre un grupo de amigos, por un chat de conocidos o a través de mensajes de personas con las que hace mucho no hablo, pero que al parecer, siguen con detenimiento todo aquello que digo. Y no, no escribo esto para defenderme, sino para hacer una reflexión de aquellos discursos de los que estamos haciendo bandera en un afán desmesurado por tomar un bando, o simplemente por tener algo que decir.
Siempre he estado segura de que vivo justo en la época perfecta, he sido defensora de los movimientos y posibilidades que ha abierto el mundo digital, de las oportunidades que las herramientas tecnológicas han brindado en diferentes contextos, he creído abiertamente que las redes sociales tienen un poder increíble para conectarnos; pero a su vez, me doy cuenta cada vez más, que no hay arma más peligrosa para amplificar discursos extremistas, absurdos y dañinos, que estos mismos medios.
Y no solo hablo de discursos de extrema derecha, como aquel de un perverso representante de la cultura paisa que muy «envalentonado» se subió al cerro Nutibara para bajar la bandera del orgullo gay como si fuera el mayor defensor de los símbolos patrios; hablo también del acoso descarnado a alguien que piensa diferente, o los comentarios despiadados y sacados de contexto hacia una marca que se equivoca ante el escarnio público (en donde terminan atacados incluso sus empleados). Todos están allí, con la capacidad viral única de la controversia, con las puertas abiertas a llegar a todo tipo de oídos más rápido de lo que muchos podemos imaginar. Y eso es peligroso.
Lo es, porque no da tiempo de corroborar, no da tiempo de leer dos veces, porque en la punta de la lengua siempre hay una reacción acelerada, afanada y ofuscada, vestida de una rectitud moral que estorba pero que no deja de ser la más taquillera.
Nos falta la paciencia para leer, para entender contextos y para no compartir con tanta rapidez las historias de las que solo conocemos un pedazo. Nos falta, no sé ¿humildad? para no creernos jueces de cualquier situación que aparece allí, y sobre todo; nos falta aprender a leer mejor.
Lo que me lleva a contarles un poco, sobre lo que me llevó a escribir este post el día de hoy. Como lo han notado en algunos de mis últimos posts, como el de Capitana Marvel o el de la conmemoración del día de la mujer, he hecho referencia a algunas cosas que me molestan, de algunas vertientes del discurso feminista; y es justamente eso lo que algunos me han reclamado.
En este blog siempre he hablado de mujeres, de la importancia de que nos apropiemos cada vez más de espacios tecnológicos y por qué está bien seguir rompiendo el techo de cristal. Soy una fiel convencida del poder de las mujeres; pero no por eso creo que seamos una raza superior; somos tan capaces como lo es un hombre, somos más habilidosas que ellos en algunas cosas, así como ellos lo son en las propias, y eso está bien.. No se trata de una carrera constante, de quien es más fuerte, quien es más inteligente, quien es más poderoso… Todos lo podemos ser y punto.
La lucha es por tener la oportunidad de acceder a las mismas cosas, de vivir en igualdad de condiciones y sobre todo, lo más importante, con las mismas libertades para poder elegir el camino que queramos recorren en nuestras vidas, sin tener que vivir con la mirada inquisidora del otro juzgando cada paso que tomemos. Es en lo único en lo que creo, así algunos lo tachen de tibio, no me importa.
Si, creo que el discurso de algunas abanderadas feministas, nos ha metido en una carrera loca de tener que ser super niñas, que todo lo podemos, que somos perfectas y exitosas en todo lo que emprendemos; nos han querido forzar a vanagloriar símbolos de la feminidad con los que no todas nos sentimos cómodas, a volver bandera nuestra vida íntima como si con eso marcáramos una diferencia, y sobre todo, a enfrascarnos en un discurso del odio hacia el otro, que es totalmente incoherente en una sociedad que clama a gritos el respeto por la diversidad.
Si; este es un post de desahogo. Pronto volveré con un par de temas sobre tecnología que tengo en el tintero para ustedes. Gracias por leerme siempre.